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domingo, 18 de diciembre de 2016

16. Tocados por un ángel || Poesía

Nosotros, desacostumbrados al valor
exiliados del placer
enroscados en el caparazón de la soledad
hasta que el amor baja de su templo sagrado
y se presenta ante nuestros ojos
para liberarnos a la vida. 

Llega el amor
y en su tren vienen el éxtasis,
viejos recuerdos de gozo,
antiguas historias de dolor. 
Y si somos audaces, 
el amor arranca de nuestras almas 
las cadenas del miedo. 

Al calor de la luz del amor
abandonamos nuestra timidez
nos atrevemos a ser valientes
Y de pronto vemos que el amor
nos cuesta todo lo que somos
y todo lo que podemos ser.
Y sin embargo es el amor
lo único que nos libera.

Maya Angelou (1928 - 2014)

sábado, 15 de octubre de 2016

15. Mirar a los demás con cariño.

    Nos pasamos la vida actuando, teniendo que actuar, para expresar deseos, pensamientos y anhelos que en realidad ¡son fingidos! Y todo para tratar a los demás con delicadeza, para que en el futuro no nos perjudiquen y para tomar ventaja frente a nuestros competidores. Para ello, nos servimos del cuerpo y del lenguaje, frágiles herramientas que ponen al descubierto que desde que nos asomamos a este mundo una grieta nos recorre; que estamos escindidos en un interior espiritual y un exterior corpóreo; que queremos ser auténticos y, como mucho, lo parecemos. Nunca somos del todo nosotros mismo; la Creación, desde que caímos en el pecado original, es puro teatro. Ciertamente, existe el instante del amor, una pura ilusión, pues anhelamos una mirada sincera, el contacto de una mano que sólo nos desee a nosotros, un regalo que no exija contrapartida. Sin embargo, hasta la mirada más prendada de amor alberga en su sena el fingimiento --que jamás logramos desenmascarar-- y la porfía. Por eso desde el inicio de los tiempos el amor ha sido siempre tan bello, porque se nos escapa de las manos, y por ello ha sido siempre tan triste. El hecho de que podamos imaginar la armonía del alma y el cuerpo nos convierte en uno de esos animales que esperan en vano, en unos eternos imperfectos.
    Camuflamos con gran esfuerzo y manteniendo la compostura incluso la más terrible de las conmociones que nos golpea y logra revolver por un segundo nuestro fingimiento; hasta la atroz muerte se canaliza culturalmente con formalidades y ritos fúnebres que inflaman de nuevo, a más tardar en el convite del sepelio, nuestra vanidad.
    Vislumbramos aún destellos de los tiempos en los que nos las arreglábamos medianamente: como por obra y gracia de una ley natural, el hijo del carnicero se hacía carnicero también, y la hija de la maestra se dedicaba a la enseñanza. A los treinta años llegaba el segundo hijo. A los cuarenta, uno estaba preparado para la muerte. Las posibilidades que ofrecía la vida eran limitadas. En estas circunstancias, el arte del fingimientos se mantenía en hibernación. Puede ser que la vida fuera aburrida, pero ¿acaso no es ese el precio de la paz?
    El mundo que surgió a continuación, con el frenético intercambio de bienes, la desaparición del futuro preestablecido, la perenne movilidad, el trabajar por cuenta propia, la confusión de la vida profesional y la vida privada, el miedo a perder el trabajo, los viajes de casa a la oficina y de la oficina a casa, el deambular hasta del más sedentario de los hombres, hizo reaparecer el arte del fingimiento.
    La competitividad exacerbada ha sido la responsable de desempolvar y dar nuevo brillo a la antigua armadura del cortesano que sabía controlar sus impulsos. Pues desde que el origen social de la persona ha dejado de ser garantía de nada, sólo alcanza el éxito el rápido de reflejos, el adaptable, el que puede cambiar continuamente de lugar, el que, ajeno a las dificultades, mantiene el autocontrol y hace frente al destino, que no cesa de ponerle piedras en el camino. El hombre actual comparte con el cortesano la conciencia del papel que interpreta. Cualquier programa de televisión, ya sea un debate político o un concurso de aspirantes a modelos, impone la farsa, la mascarada, la utilización estratégica del cuerpo. Y lo mismo ocurre con los edificios de oficinas: su jerarquía plana exige trucos y artimañas para encajar en el continuo movimiento de las invisibles relaciones de poder. [...]
    ¡Alto! No queremos terminar aún. Todavía queda una última historia, para no dejar la impresión de que con nuestro poema queda dicho todo:
    ¿Qué es la vida? Un campo minado.
    ¿Y el fingimiento? La condición necesaria para nuestra ascensión.
    ¿Y qué es el amor? El más bello de los engaños.
                                                                       
                                         ADAM SOBOCZYNSKI. El arte de no decir la verdad

jueves, 28 de enero de 2016

14. El miedo es...

Oh, mi dulce niño estival, ¿qué sabrás tú sobre el miedo?
El miedo es para el invierno, cuando la nieve alcanza las cuarenta varas de espesor.
El miedo es para la larga noche, cuando el sol se oculta durante años y los niños nacen y viven y mueren siempre en la oscuridad.
Ese es el tiempo del miedo, mi pequeño señor.
Cuando los caminantes blancos vagan por los bosques.

Hace miles de años, hubo una noche que duró toda una generación
Los reyes morían helados en sus castillos como los pastores en sus chozas y las mujeres asfixiaban a sus hijos para no verlos morir de hambre y lloraban y sentían las lágrimas helarse en sus mejillas.
Durante aquella noche, los caminantes blancos llegaron por primera vez.
Devastaron ciudades y reinos montados en sus caballos muertos, cazando con sus jaurías de pálidas arañas grandes como perros.

                                                                                       ~Juego de tronos. 1x03